Si eres o no eres, una persona altamente sensible, tal vez, alguna vez, hayas recibido la visita de la desmotivación, ese titán que puede secuestrarte en el día a día.
Se propaga silenciosa, tras la mecanización de las actividades que realizas.
En cuerpo presente, con mente ausente.
Entumece los sentidos, para ascender a la rueda de hámster que gira y gira, la cual no te deja: ver, sentir, conectar, más allá de la luz que se filtra por los barrotes.
Te dejas de escuchar, de cuidar y caes rendida a la presión de “aquello” que se espera. El entusiasmo se pierde y la energía se esconde.
La nube del pesimismo, posiblemente te visite. Empieza el juego: entras y te desconectas.
Sin querer, sin poder, sin evitar caminas como una autómata hacia un laberinto de oscuridad que te aparta de: quién eres, de lo que quieres, de lo que anhelas.
Dedicada y entregada hacia las altas expectativas a cumplir, sujeta a tiempos de exigencia, con listas y más listas de objetivos que alcanzar, con obligaciones que hay que salvar.
Entra en escena el brillo de la tristeza, una gigantesca pereza extiende sus tentáculos, una ausencia de inquietud, hace que los días se sucedan, haciendo acto de presencia, a través de las cruces del calendario que tienes, sobre la mesa, cumpliendo un horario laboral que se hace interminable.
Mientras se alimenta la desesperanza y la desidia, con el paso de las horas, avanzas en ese laberinto sin salida cuyas paredes empiezan a ser cada vez más estrechas, más asfixiantes.
La inquietud por hacer, por aprender, por descubrir se hace pequeña y el gigante de la falta de interés se hace con el mando de la situación.
Te manda callar, te ordena que te sientes, te señala para que no hagas aquello, te susurra “para qué”, te persigue para distraerte de lo grita tu interior: proyectos, ideas, sueños, ilusiones, motivaciones.
Y se asienta.
Entreteje un trono en tu mente, pisando tu conciencia y manipulando la serotonina. Así tu cuerpo cae vencido al crecimiento de la baja autoestima.
Nacen la depresión y la ansiedad, empiezan los problemas de sueño, los problemas de digestión, el cansancio, el aburrimiento, el estrés, una madeja de irascibilidad sutilmente incómoda, te mece, ¿hacia dónde?
Te invito a regalarte un momento:
- Respira.
- Haz una pausa.
- Orienta tu atención: es tímida, dale la mano y haz el camino, de vuelta.
- Un camino hacia tu "yo más profundo y sabio".
- ¿Sabías que tienes la posibilidad de contemplar las cosas de un modo diferente?
- Puedes abrir tu mente y tu corazón.
- Abraza las experiencias desde una actitud más amplia y menos enfrascada.
- Una mirada: sensible, abierta, creativa, libre y natural.
- Respira.
- Escucha y atiende, la música de tu alma.
- Confía en ti misma, en tu propia naturaleza, en la libertad que emana de tu energía más auténtica.
- Abraza la compasión, sucumbe a tu bondad.
- Con mirada amable despierta, desperézate de la desidia.
- La observación es el ancla para retornar a ti.
- Respira.
- El mando reside en tu mente.
- Abre el foco de tu atención ante lo que está pasando.
- Ve deteniendo poco a poco la rueda, lentamente, despacio.
- Puede que empieces a ver elementos que antes, no percibías al estar en movimiento.
- Toma conciencia de tu sentir, de tu pesar, de tu malestar, de la incomodidad, de las resistencias.
Regálate un momento para mirarte por dentro: para averiguar, para indagar, para ahondar, para naufragar, para investigar el motivo, las raíces de ese dolor, ¿dónde nacen?
- Coge un espejo y libra la afrenta de ver qué está pasando y por qué.
- Respira.
¿Has pensado en tomar conciencia de tus estados emocionales, prestar atención a tu "yo interno", aceptar lo que sientes, escuchar lo que tu cuerpo dice?
- Respira.
- Respira y regálate un momento.
- Te lo mereces.
Añadir comentario
Comentarios